La violencia de género

La violencia de género
Hoy un conocido político de nuestro país ha abandonado la política aduciendo que debía preservar su salud mental porque su personaje público no era coherente con su persona. La sorpresa ha llegado cuando se ha hecho pública una catarata de denuncias públicas que le acusan de abusos sexuales y violencia de género. Para muchas personas ha supuesto algo increíble, especialmente porque por la ideología política que defendía parecía haber una incompatibilidad clara con tener actitudes machistas de cualquier tipo. Sin embargo, para quienes trabajamos en este campo de la violencia de género desde hace años (con víctimas y agresores) si algo tenemos claro es que la violencia de género es un problema transversal, esto es, que afecta a todos los estratos sociales, culturales, económicos e incluso ideológicos como vemos en este caso.
La violencia de género se basa en la idea de que el hombre es superior a la mujer y en la necesidad de sentir poder sobre otro ser humano. Desde que nacemos nos vemos inmersos en un entorno plagado de micromachismos que son precursores de esta idea, y casi sin darnos cuenta vamos normalizando actitudes, comentarios y comportamientos que la mantienen entre hombres y también entre las mujeres.
Y así se toleran comentarios como “que suerte que tu marido te ayude en casa”, “corres como una niña”, o “hija ¿vas a trabajar ya? lo vas a pasar mal cuando le lleves a la guardería”, “te vas de cena y ¿con quién dejas al niño?” …estos son solo algunos ejemplos, pero a poco que pensemos encontraremos muchos más. Y de esta manera se normaliza la idea de que los hijos son solo de las madres y es su responsabilidad su cuidado, o que la mujer debe elegir entre su carrera profesional y su maternidad, y el hombre no.
Cuando las mujeres víctimas de violencia (psíquica, física y/o sexual) llegan a consulta, además de llegar destrozadas cognitiva y emocionalmente, se sienten culpables de lo ocurrido considerando que son responsables por acción u omisión de los comportamientos y actitudes de sus maltratadores. Y es una de las primeras tareas de su reconstrucción: que sean capaces de verse a sí mismas como las víctimas que son y empezar a hacerse conscientes y aceptar que han estado con una persona violenta con la personalidad típica de maltratador que casi todos ellos comparten en mayor o menor medida.
En los últimos años se han desarrollado leyes que pretenden proteger a las mujeres de semejantes experiencias y cabría esperar que cada vez fueran menos los casos, sin embargo por el contrario, aumentan más. Y no sabemos si este aumento se debe a la valentía de las mujeres en denunciar (legal y/o públicamente) lo que las ocurre, o a que, ante leyes más proteccionistas sobre la mujer, algunos hombres reaccionan intentando “defenderse” reivindicando su “territorio”. Por otro lado, las mujeres en general van siendo más conscientes de que son iguales a los hombres dejando la sumisión a un lado y los hombres se sienten amenazados en su rol histórico.
De todo esto se desprende la importancia de la educación, y esta debe provenir no solo de la familia sino de la escuela, medios de comunicación, redes sociales…en definitiva, de la sociedad entera. Y esto no se está cuidando. Solo hay que escuchar las letras de las canciones de reguetón, por ej. en los que se cosifica a la mujer de forma habitual transmitiendo la idea, además de que a las mujeres les gusta que las traten así.
Es mucha la tarea que tenemos pendiente, pero por ímproba que sea no podemos caer en el desaliento si pensamos en todas esas víctimas a las que alguien aterrorizó, anuló, humilló, violó, agredió y convirtió en la mínima expresión de sí misma. Y no olvidemos a los niños, víctimas silenciosas de la tensión en el hogar que debería ser seguro y que se ha convertido en su infierno particular.
Trabajar para evitarlo es responsabilidad de todos y es trabajo de los psicólogos trabajar para curarlo.
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