El Secuestro y sus efectos
El Secuestro y sus efectos
Independientemente de los objetivos de los secuestradores (económicos, políticos, sexuales, etc.), lo que todos nos preguntamos ante este tipo de situaciones son sobre todo dos cuestiones: 1. Cómo puede alguien vivir semejante situación y 2. Cuáles serán los efectos de tal vivencia, una vez que sean liberados y vuelvan a su vida normal.
Como siempre, tenemos que tener en cuenta muchos aspectos para realizar un análisis adecuado de la situación. Siguiendo el modelo psicológico que nos guía en nuestro análisis, tendremos que tener en cuenta, tanto las características personales del sujeto secuestrado (su personalidad, motivaciones, actitudes y aptitudes, capacidad de adaptación, etc.), como las condiciones físicas de la situación de secuestro (dónde permanecen secuestrados, qué trato reciben, si hacen ejercicio físico, si pueden percibir la temporalidad, etc.) y la relación con sus secuestradores (hablan con ellos o no, les tratan con violencia, etc.) y la forma en que todos estos aspectos interactúan entre sí dando como resultado distintos comportamientos que a la vez influyen sobre las otras “variables”.
Distintas investigaciones llevadas a cabo, indican que las condiciones previas del sujeto, contra todo lo esperado, no tienen un excesivo peso sobre como se reacciona en el momento del secuestro, aunque sí sobre cómo se afronta el mismo y sobre sus efectos.
En el momento de producirse, la primera reacción del secuestrado es considerar el riesgo real de morir. Este temor independientemente incluso del trato que le den los secuestradores se instaura en el momento del secuestro y se mantendrá incluso después de ser liberado.
Ante el miedo a sufrir daño físico y/o perder la vida, el organismo reacciona con respuestas de ansiedad (el organismo se mantiene alerta, en tensión) intentando protegerse y dando lugar muchas veces a comportamientos desordenados e impulsivos que impiden el análisis objetivo de lo que sucede en el entorno. Además ordenar los pensamientos y seleccionar la respuesta más adecuada se convierte en tarea ardua porque la persona está atenazada por el miedo y la ansiedad, y muchas veces paralizada por ellos, lo que la convierte en alguien dócil y manejable.
El hecho de que a partir del secuestro la víctima empiece a vivir hechos inesperados y en espacios físicos totalmente desconocidos, hace que se pongan en marcha mecanismos de defensa psicológicos encaminados a la adaptación del sujeto a la nueva situación. Aquí sí que parece tener peso la personalidad y la experiencia previa de la persona, de modo que ante la ansiedad y el miedo hay quien presenta la desesperación más absoluta (con llanto, insomnio, confusión, etc.), y quien intenta elaborar lo que le está ocurriendo buscando soluciones alternativas a la situación (intentando por ejemplo negociar con los secuestradores), y quien -y esto es lo más frecuente, sobre todo en secuestros prolongados- pasa por todos los estados y con distinta intensidad.
Esto es válido en secuestros no violentos, porque cuando existe una extremada violencia, siempre se producen reacciones desorganizadas y paralizantes en las víctimas, independientemente de las características personales y/o de sus experiencias previas (por ejemplo participantes en situaciones bélicas).
Las condiciones físicas del secuestro (la alimentación, el lugar de cautiverio -sea a la intemperie o en un lugar muy estrecho-, el lugar donde se hacen las necesidades fisiológicas, las condiciones en que se duerme, etc.) son otros factores que determinan la aparición de síntomas de ansiedad y miedo en la víctima. A condiciones físicas peores, mayor miedo y ansiedad; y como además estas condiciones suelen ir también acompañadas de un peor trato por parte de los captores, las respuestas de ansiedad y de miedo son mucho más intensas y mantenidas en el tiempo incluso después de ser liberados.
Este duro trato a los secuestrados obedece a la necesidad de los secuestradores de controlar a la víctima y mantenerlo impotente y por tanto más dócil y manejable; y aunque ya se ha dicho que producen efectos más intensos y mantenidos en el tiempo, lo cierto es que una de las variables de la víctima que parecen tener más influencia en cómo se vivencia esta experiencia es la edad. Las personas de mayor edad tienen más control (en general) sobre sus estados emocionales. En consecuencia las respuestas de ansiedad, miedo y estrés son menos intensas y les permiten pensar con más claridad y desarrollar mayor tolerancia a las situaciones aversivas.
En los jóvenes los niveles de ansiedad son mucho más altos y la desorganización psicológica provoca que aparezcan comportamientos poco adaptativos (violentos y retadores con los captores) por cuanto ponen en riesgo su integridad física.
En cualquier caso mayores o jóvenes todos sufren por el propio hecho del secuestro un maltrato psicológico que deja sus secuelas a los largo del tiempo. En primer lugar porque privar a alguien de libertad, supone hacer algo contra su voluntad, que le “cosifica”, que le convierte en objeto, con las consecuencias negativas que tiene para la autoestima. En segundo lugar las amenazas de muerte o daño (explícitas o no), la vigilancia permanente, la desinformación sobre la propia situación, estimulan el miedo y con él se inhiben las respuestas psicológicas encaminadas a buscar soluciones (negociación, huida, resistencia), y se estimulan respuestas paralizantes y de sumisión que tienden a generalizarse cuando el sujeto vuelve a su vida normal.
Y aquí entramos en la segunda de las cuestiones: cuáles son los efectos de un secuestro. Algunos se han señalado ya: la pérdida de autoestima, el miedo, la ansiedad con la inhibición de respuestas constructivas, etc., son algunos de ellos. No todos los secuestrados los exhiben de la misma manera ni reaccionan igual al volver a la vida normal, pero independientemente de ésta reacción es necesario reconocer que la persona ha sido víctima de una fuerte invasión de su espacio vital y que no le va a ser fácil expresar todas sus emociones, ni contar todas sus experiencias, ni retomar roles que eran propios “antes de” su secuestro. Mas bien se entra en un periodo de readaptación donde la persona debe recolocar la experiencia vivida, asumirla y asimilarla; y a partir de ahí reconstruir su equilibrio psicológico.
La familia, amigos y demás seres queridos son muy importantes en éste momento, pero más lo es la ayuda especializada, porque los secuestrados necesitan hablar con alguien que les escuche sin implicaciones emocionales y con los conocimientos suficientes para ayudarles a dar una explicación a lo que sienten (rabia, desolación, impotencia, miedo a que pueda ocurrir de nuevo, etc.) y están viviendo (reacciones ante ruidos, insomnio, extrañeza a dormir de nuevo en su cama, a las luces, etc.); y dotarles de las herramientas necesarias para procesarlo.
El proceso es lento y costoso para la víctima y su familia, y es necesario asumir que una experiencia tan dramática les marcará a todos para el resto de su vida; pero con el paso del tiempo si existe una actitud positiva, ésta, como otras experiencias, se integrará en el bagaje de aprendizaje personal y servirá al individuo para “crecer” como persona (por ejemplo conocerá mejor cuales son sus capacidades y/o sus límites).
Bibliografía: Meluk, E. 1998. “El Secuestro, una muerte suspendida, su impacto Psicológico”. Bogotá, Colombia: Ediciones Uniandes
Autor: Montserrat Sanz García
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