El Impostor

El Impostor
Hablemos del síndrome del impostor desde MSG psicólogos. Son muchos los que se preguntan en los últimos días con motivo de la aparición del personaje de “el pequeño Nicolás”, como es posible que un individuo con cara de niño haya podido llegar hasta donde ha llegado y se haya acercado a quien se ha acercado.
“Pero ¿cómo se creían lo que les contaba?…¿cómo alguien podía creer que casi un crio ostentaba tales cargos?…”. Sí, esos comentarios surgen ahora “a toro pasado” y cuando ya se ha descubierto el engaño. Pero lo cierto es que éste tipo de individuos presentan unas características peculiares que favorecen el engaño, y por otro lado, en la sociedad, en los individuos que les rodean también funciona lo que se llama “el efecto halo” que facilita el que estos impostores profesionales se salgan con la suya.
El “efecto halo” consiste en la realización de una generalización errónea a partir de una sola característica o cualidad de un objeto o de una persona, es decir, realizamos un juicio de valor previo a partir del cual, generalizamos el resto de características. En éste caso, el efecto halo partiría de la creencia social de que si nos rodeamos de personas influyentes, los demás pensarán que también somos influyentes. Si a esto le unimos un escenario adecuado, con el vestuario adecuado y la parafernalia adecuada, es decir, si recreamos una situación lo suficientemente fidedigna poniendo énfasis en los elementos clave, resulta que no es tan difícil engañar a los demás.
Y de ello se aprovechan éste tipo de personas. Personas que no tienen escrúpulos porque tienen una personalidad (en su mayoría) psicopática que les impide valorar las consecuencias morales de sus comportamientos, ni lo que el engaño supone para los demás. No tienen en cuenta los sentimientos de otros porque no tienen capacidad de empatía y por lo tanto se mueven únicamente por sus propios objetivos e intereses. Para conseguirlo manipulan, mienten, se aprovechan de otros en una necesidad irrefrenable de sentirse parte de la élite social, financiera, intelectual o del tipo que sea en el que fijan su atención.
Esta búsqueda obsesiva de destacar entre los demás sin base en mérito propio alguno, esconde en realidad sentimientos de inferioridad que estas personas intentan compensar creándose una “realidad irreal” que les permite formar parte de aquello que tanto desean y que de otra forma no conseguirían ni rozar con los dedos.
Generalmente suelen tener una característica especial que les hace atractivos a los demás y ellos aprovechan esa atracción y la explotan al máximo para conseguir manipular y acercarse a su objetivo final que es crearse una personalidad relevante falsa.
En el caso “del pequeño Nicolás”, parece ser, y así lo comprobamos en su primera incursión ante una cámara a los diez años, que tiene una gran fluidez verbal y capacidad de comunicación. Es un “charlatán de feria” de altísimo nivel y así lo avala la posición que ha alcanzado en las esferas cercanas al poder político y económico. Afortunadamente ha sido desenmascarado a tiempo porque su escalada era meteórica ( pensemos que solo tiene 20 años) y da miedo pensar donde y a qué hubiera podido llegar con más tiempo.
Pero hay muchos más impostores en todas éstas esferas de poder, que se “visten” con el traje de la profesionalidad, la buena formación y los méritos sin tenerlos. Y seguro que ante éstas palabras vienen a la cabeza muchos nombres de personas que han ostentado cargos de responsabilidad por el solo hecho de “parecer” que los merecían sin merecerlos en realidad. Falsificar los curriculums, inventarse méritos, titulaciones y cargos, son comportamientos de otros “pequeños Nicolás” a los que no han prestado tanta atención los medios de comunicación pero que están o han estado ahí determinando en muchas ocasiones el futuro y la calidad de vida de los demás.
Para defendernos de estos impostores es importante ser crítico y realista con las personas que intentan obnubilarnos con sus valías. Porque como dice el refranero popular “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”.
Autor: Montserrat Sanz García
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