El Tiempo robado
Al principio nuestra conciencia del tiempo nos la marcan nuestras necesidades fisiológicas. En nuestra primera infancia la mañana está determinada por el desayuno, la tarde empieza tras la comida y la siesta, y así día a día. A medida que vamos despertando a nuestra conciencia social a través del contacto y la relación con los demás, esa simplicidad se va perdiendo y nuestras referencias para tomar conciencia del tiempo se van haciendo más complejas. Los horarios del colegio, de las actividades extraescolares, los días festivos, etc. nos dan pauta del paso del tiempo y nos permiten no solo saber en qué momento del día, en que estación o en que año nos encontramos, sino también prever lo que llegará a continuación. Porque sabemos (así lo hemos aprendido) que tras el verano llega el otoño y después de éste el invierno.
Pero ¿qué ocurre cuando las referencias que tenemos para tomar conciencia del tiempo se adelantan?….Pues que nuestra percepción del mismo va “acelerada” y tenemos la sensación de que el tiempo se nos escapa entre los dedos.
Es común oír en las conversaciones de la calle la expresión “hay que ver como pasa el tiempo, si ayer era verano y ya estamos en Navidad…”. Y es que parece que tenemos prisa porque llegue “lo siguiente”.
Es obvio que se trata fundamentalmente de un interés comercial puro y duro, pero psicológicamente tiene un efecto demoledor en nuestra percepción del tiempo.
Los estímulos vinculados con determinadas épocas del año no lo están con el momento exacto. Y así ocurre que los viajes de vacaciones de verano, comienzan a ofertarse en Abril (“¡no lo deje escapar!, ¡decida qué hacer en sus vacaciones!, etc.”) y en la época en la que en muchos sitios aún estamos con el abrigo ponen en marcha los estímulos condicionados precisos (vacaciones=verano) y pensando en ello, desprendemos nuestra atención de la primavera para pensar un poco más allá, para pensar en otra estación tan breve como la anterior, porque antes de que nos demos cuenta tenemos los polvorones a la venta.