La pareja en la tercera edad
La pareja en la tercera edad
Encontrar a nuestra media naranja, a nuestra pareja en la tercera edad, a aquella persona que nos complementa, nos acompaña en la andadura de nuestra vida enfocando los objetivos a un horizonte común es algo por lo que muchas personas suspiran.
Conseguir conectar con otra persona que nos haga sentir bien, que nos ayude a sacar lo mejor de nosotros mismos, nos apoye y nos comprenda aceptándonos tal y cómo somos, a determinada edad, nos damos cuenta de que no responde a una imagen real sino edulcorada e idealizada y que como tal se corresponde poco con la realidad.
Lo más usual es que conozcamos a distintas personas a lo largo de nuestra vida que nos parece que encajan con nuestras expectativas en ese momento determinado, y cuando encontramos a aquella con la que pensamos podemos hacer planes a largo plazo, resulta que en el camino cada uno va evolucionando a un ritmo o hacia distintas direcciones todo lo cual hace que mantener la relación se convierta en un esfuerzo por una o ambas partes. ¿Porque?…¿para qué tanto esfuerzo?.
Quizá porque hemos invertido tantas expectativas en esa apuesta por el otro, que nos negamos a abandonar la mesa de juego sin intentar ganar otra vez. En muchas ocasiones esa nueva apuesta, si se da por parte de los dos, nos hace ganadores; en otras ocasiones asistimos a jugadas continuadas que nos hacen ver nuestro fracaso en el juego (siguiendo el símil).
Hace unos años, en un taller de autoestima para mujeres pude observar la frustración de muchas de ellas con respecto a su relación de pareja. Y esa sensación que era común en la mayoría de ellas, se afrontaba de diferente manera dependiendo de la edad de las protagonistas. El rango de edad iba de los 40 más o menos hasta los 83 años que tenía la participante de más edad (Luisa) y cuando compartían sus experiencias en el terreno sentimental era curioso escuchar a las más mayores.
Las jóvenes se quejaban de que su vida en pareja no era lo que habían pensado. “Todo empezó bien, pero a lo largo de los años duermo con un desconocido. Yo querría cambiar ésta dinámica que tenemos, pero él insiste en que no hay ningún problema y a veces pienso que soy una paranoica, que creo problemas donde no les hay…”
“Ay hija mía, (decía otra) todos son iguales…Si no reconozco el problema no existe. Yo me hubiera separado hace un montón de años, pero primero porque no tenía donde ir con los niños y luego porque pensé que con pasar de él y seguir mi camino… (que me mantuviera al menos), no lo he hecho nunca. Ahora ya ni me planteo si me molesta o no que me haga caso…yo tampoco se lo hago y listo…”
“Cuando lleguéis a mi edad, os daréis cuenta de que el problema no es cómo somos cada uno, sino como pensamos que debe ser cada uno. De jovencita me hablaban del príncipe azul y yo me lo creí. Me he pasado casi toda mi vida comparando a mi marido con esa imagen de lo que tenía que ser, y cómo no lo era le culpaba de mi infelicidad. Solo cuando aprendí a aceptarle tal como es en realidad, volví a acercarme a él. Ahora es mi apoyo para seguir el camino. Estoy enferma y está conmigo, estoy triste y me coge la mano…Cuanto menos se espera, más se recibe…”
Cuando terminó de hablar todas nos quedamos en silencio. Supongo que cada una hicimos nuestras reflexiones y llegamos a unas conclusiones, pero lo que nos transmitió Luisa con sus palabras nos enfrento con una cruda realidad, y es que gran parte de nuestra infelicidad viene causada por esperar, por tener expectativas poco realistas, que por serlo están condenadas a ser fuente de frustración constante.
Desde entonces, cuando trabajo en terapia de pareja, tengo muy presente que uno de los puntos básicos en qué incidir es en hacerles ver de forma realista la relación y a ellos mismos, que sepan con lo que cuentan en realidad y lo manejen si quieren arreglar sus problemas de forma estable.
Si fuéramos capaces de aceptar a aquellos cuyas características nos enamoraron en su momento y que luego nos empeñamos en cambiar, dedicaríamos el tiempo en disfrutar de su compañía y de lo que nos dan. Pero en determinado momento, aquello que nos atrajo queremos cambiarlo y nos enredamos en ese empeño durante años generando la infelicidad de ambos. Esto no significa que debamos aceptar todo, ni que no debamos luchar por nuestros objetivos en la relación, sino que debemos emplear nuestras energías en lo verdaderamente importante y prioritario.
He hablado por motivos personales y profesionales con muchas parejas de personas mayores, y la mayoría coinciden en decir que es ahora cuando han aprendido a “querer de verdad”, en el sentido de que después de los años han aprendido a aceptar al otro tal como es y a quererlo a pesar de ello.
“Con los años, el sentimiento cambia. El amor es menos pasión y más compañerismo. Es más profundo y tranquilo…”, así nos lo contaba Luisa y no se me ocurre mejor colofón para terminar éste artículo que ha surgido recordando sus palabras.
Autor: Montserrat Sanz García
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