Ébola o el miedo al ébola
Ébola o el miedo al ébola
En las últimas semanas estamos asistiendo al monopolio de la temática de conversaciones, informativos y especiales de TV, alrededor del ébola y el miedo al ébola empieza a aflorar en la ciudadanía.
El virus del ébola, sus formas de transmisión, la ausencia de tratamiento y las consecuencias del contagio, son fuente inagotable de debates, conversaciones y opiniones de todo tipo que inundan de malinformación el espectro de opinión y consiguen, lo que de hecho se está generando, una oleada de miedo que va en aumento a medida que se va conociendo la evolución de las personas contagiadas.
En realidad podríamos decir que el tema de conversación general es el MIEDO al ébola y no tanto el ébola en sí.
El miedo es una reacción normal ante cualquier situación desconocida y ante la que no sabemos si tendremos herramientas de defensa y/o adaptación o no. De su utilidad, da fe la permanencia de nuestra especie en la tierra. Sin esa reacción adaptativa el hombre se habría expuesto a peligros que hubieran provocado lesiones más o menos graves e incluso la muerte. Pero la reacción de miedo está condicionada a la valoración de peligro que hacemos ante determinada situación y ésta valoración puede ser desajustada por dos motivos:
- porque la información que tenemos de la situación es errónea, y/o
- porque ante la situación en cuestión, percibimos que no tenemos herramientas de defensa suficientes (aunque esto no sea real).
En ambos casos el miedo se dispara, pero pierde su carácter adaptativo, al bloquear nuestra ejecución ante una situación que realmente no conlleva el peligro al que respondemos.
Podríamos preguntarnos cada uno de nosotros cómo estamos respondiendo a la situación de aparición del ébola.
El primer caso documentado en humanos, se dio en 1976 y desde entonces la OMS ha contabilizado un total de 1716 casos hasta 2013, todos ellos en África.
Pocos de nosotros sabíamos ni nos preocupábamos sobre qué era eso del ébola,… era una enfermedad vírica y poco más. Pero nos sentíamos a salvo porque ocurría lejos y nos parecía que en nuestro cómodo y protegido mundo occidental estábamos a salvo de todo. Por eso ahora, cuando nos hemos dado cuenta de que no estamos tan a salvo como creíamos y que nuestros medios farmacológicos y sanitarios son igualmente inútiles que los inexistentes en África , entramos en pánico y empezamos a desarrollar comportamientos de miedo irracional que lejos de ayudar en la gestión del problema, lo hacen más enrevesado y difícil de solucionar.
Pocos son los expertos que saben como manejarse ante la enfermedad del ébola, pero si hay alguien que puede dar una justa valoración del problema, son ellos. Aquí de poco sirven cátedras o cargos públicos de gran renombre. Si no se conoce “a pie de cama” la enfermedad, cualquier información que ofrezcan a la población va a estar cargada de contradicciones y falsedades de una u otra índole (bien afirmando que no pasa nada, bien alarmando a la gente ante una nueva epidemia de proporciones bíblicas) que conseguirán, en cualquier caso, reforzar el miedo de la gente que será lo que predomine ante cualquier información, perdida ya la credibilidad. Y todos conocemos las consecuencias de un miedo irracional que puede explicar cualquier reacción desmedida (ya se empieza a hablar del rechazo de personas que han estado cerca de enfermos, en sus lugares de trabajo).
Las medidas para evitar esto, pasan por una información sobre la enfermedad, sus modos de transmisión y medidas preventivas, de forma clara, concreta y sin ambages. Sin ocultar lo que se sabe, pero reconociendo aquellos aspectos que se desconocen. Parece lógico que las personas encargadas de transmitir tal información deberían ser aquellas que conocen de lo que hablan, que han trabajado en y con ello y que por eso se han convertido en personas expertas y generadoras de confianza y veracidad en lo que dicen. Aquí los políticos deberían haber dado un paso atrás para dejar que los expertos marcaran el paso, pero lejos de “soltar” el protagonismo en la gestión de la situación, se han dedicado a utilizarlo como arma arrojadiza entre las distintas opciones políticas, creando un caldo de cultivo favorable a las especulaciones, bulos y desinformación que nos ha llevado a la situación que vivimos hoy.
No hay tienda, parada de bus o café con amigos, donde no surja algún comentario del tipo “habrán fregado bien esta taza, porque imagínate que alguien con ébola ha bebido de aquí…se transmite por la saliva ¿no?”, o, “no deje que toquen el género que si les sudan las manos…” .
Estos argumentos, pertenecen más al espectro cognitivo de cada uno de nosotros, alimentado sí por lo que recibimos del exterior, pero sobre todo por nuestras propias elaboraciones psicológicas. Y aquí es donde debemos impedir que pensamientos irracionales, bloqueen nuestro raciocinio y nos impidan actuar de una forma adaptativa ante la situación. Porque es cierto que existe un riesgo que antes no percibíamos, como no percibimos el de miles de otros virus tan letales o más que el ébola que están aquí, pero este riesgo nos debe llevar a tomar las precauciones necesarias para evitar el contagio, pero no puede ni debe condicionar nuestras vidas.
El pasado lunes una paciente llamó para anular la cita y pidió cambiarla por otra online, aduciendo que se sentía más segura en casa que en la calle. Evidentemente tratamos el asunto en la sesión, pero es un reflejo de las reacciones desproporcionadas al riesgo que está causando el miedo al ébola.
No anticipemos lo negativo antes de que llegue, sobre todo porque al menos a dia de hoy, no existe una base real para ello. Y seamos selectivos a la hora de almacenar información…no recojamos todo lo que se dice, sino lo verdaderamente relevante que digan las personas relevantes en éste tema. Teniendo estos aspectos claros, seguramente ofreceremos una respuesta adaptada a la realidad de la situación y conseguiremos seguir con nuestras vidas sintiéndonos relativamente seguros.
Autor: Montserrat Sanz García
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