Duelo: aceptar la pérdida

Duelo: aceptar la pérdida
“Uno no es adulto verdaderamente, hasta que pierde a sus padres. De eso me di cuenta el día en que murió mi madre…Cuando fue mi padre quien se fue, yo ya hacía tiempo que me había dado cuenta de lo vulnerables que somos y de que a partir de ese momento la que marchaba al frente era yo…” Son palabras de una mujer que ha acudido recientemente a consulta en fase de duelo: aceptar la pérdida.
Se encuentra mal, aunque no sabe determinar muy bien qué le pasa. No tiene ganas de nada, todo le parece que carece de sentido y de interés y se encuentra cansada. De hecho el cansancio fue el que le llevo al médico de cabecera quien después de la pertinente analítica que descartó problemas físicos, la recomendó buscar la ayuda de un Psicólogo.
En la primera entrevista pasamos de un “no se que me está pasando”, al párrafo que abre éste artículo.
Después de la evaluación apareció claramente que lo que la estaba ocurriendo es que estaba sufriendo un duelo complicado que requería intervención y asesoramiento psicológico profesional del duelo y aceptar la pérdida.
Todos a lo largo de nuestras vidas sufrimos pérdidas. Perdemos trabajos, rompemos con la pareja, olvidamos a los amigos, o nos olvidan. Todas estas cosas constituyen pérdidas que hemos de afrontar. La diferencia es que la mayoría de estas cosas a las que decimos adiós, no desaparecen, siguen de una u otra manera ahí y siempre nos queda la sensación de que podremos volver atrás y modificar algo si lo necesitamos. La muerte no nos deja esa opción. Con la muerte se da carpetazo a la relación establecida que en su epílogo solo muestra lo que ha sido, no lo que hubiéramos querido que fuera o lo que hubiera podido ser.
El duelo es el proceso por el cual una persona afronta la pérdida. Para ello, tendrá que poner en marcha todas las herramientas que posea,
y ocurre que muchas veces o no se tienen o no somos capaces de utilizarlas por las especiales circunstancias que acompañan al óbito.
En el caso de mi paciente, su madre había padecido un cáncer que fue operado, tratado y que reapareció a los 5 meses en forma de metástasis en hígado y huesos. A los 9 meses del diagnóstico falleció. No fue un proceso muy largo, pero sí fue muy duro por cuanto los hitos de la enfermedad fueron muy seguidos y con poco tiempo para asimilarlos. Cuando murió su madre, la paciente siguió adelante haciéndose cargo de su padre, de sus hijos pequeños…sin darse tregua, ni tiempo para elaborar el duelo. Cuatro años después cuando murió el padre empezó con los problemas descritos que la han traído a la consulta.
Cuando le dije que lo que la ocurría estaba relacionado con un duelo complicado por la muerte de su madre, no lo creía. “¿Pero si hace mucho tiempo de eso y yo he seguido con mi vida normal?,…Además a todo el mundo se le muere alguien y no quiere decir que tenga que ir al psicólogo”…
Lo que no se sabe habitualmente es que entre un 20 y un 30% de los pacientes que acuden a los Servicios de Salud Mental (públicos, de los privados no hay estadísticas), lo hacen debido a un duelo complicado o no elaborado.
Elaborar el duelo es reconstruir el significado de la pérdida. Por tanto la Tarea del Duelo es permitir la adaptación y la asimilación de la pérdida. Es un proceso natural para el que el ser humano está preparado, pero es necesario pasar por una serie de fases que nuestra sociedad actual no siempre facilita ni permite.
Kubler-Ross identificó 5 fases:
- De negación y aislamiento (“esto no es posible”, “en cualquier momento volverá a entrar por la puerta”, etc.)
- De Ira (“como puede haberle pasado esto a él/ella”, “no es justo”, etc.)
- De Negociación (“si voy todos los días al cementerio le voy a sentir cerca”, etc.)
- De Depresión (“no puedo vivir sin él/ella”, “¿qué va a ser de mí?”, “he perdido todo”, etc.)
- De Aceptación (“él querría que disfrutara”, “otros también mueren, es ley de vida”, “es difícil, pero tengo que seguir adelante”, etc.)
Todas ellas son normales y requerirán un tiempo, variable para cada persona, que debe respetarse para poder elaborar adecuadamente el duelo. Pero es bastante frecuente, encontrarnos con pacientes a los que “no se les ha dejado” realizar éstas tareas. Con la premisa de “la vida sigue”, “tienes que empezar a hacer vida normal”, “no pienses en ello” y similares, muchas personas se ven impelidas a seguir adelante con “prisa” sin respetar los tiempos que necesitan para asimilar y aceptar lo ocurrido. El dolor, la rabia, los sentimientos de culpa y muchas otras emociones, quedan entonces aletargadas y aparecen de forma explosiva cuando menos lo esperan y cuando es más difícil elaborar el duelo porque ha pasado tanto tiempo que el objeto del dolor ya ha perdido relevancia explicativa.
En una sociedad que evita el dolor en todas sus manifestaciones, procesar adecuadamente el que nos produce la pérdida de alguien cercano y/o querido se convierte, a menudo, en una misión difícil.
En general, resulta bastante incómodo a los demás estar con gente triste y que pasa por momentos complicados. Por un lado, porque resulta un recordatorio de que la muerte está presente en la vida de todos; y por otro, porque las más de las veces, no se sabe cómo tratar a los dolientes y se les presta la solución fácil (que no lo es) de “olvidar”, “mirar hacia otro lado” y “seguir adelante”.
La propia urgencia de prescribir medicación de forma inmediata no es más que una manifestación de ésta intolerancia al dolor ajeno.
De hecho, no es recomendable la prescripción de antidepresivos e hipnóticos durante los tres primeros meses o más, a fin de no enmascarar los síntomas de un posible duelo complicado o de una depresión.
Las personas que están pasando por un proceso de duelo van a presentar un cúmulo de sentimientos, pensamientos, conductas e incluso sensaciones físicas, que debemos aceptar, comprender y acompañar:
SENTIMIENTO | COGNICIONES | SENSACIONES FÍSICAS | CONDUCTAS |
Tristeza | Incredulidad | Opresión precordial | Hipoactividad |
Angustia | Pens. y obsesiones con el fallecido | Dolores de cabeza | Hiperactividad |
Enfado | Alucinaciones visuales y/o auditivas | Alteraciones del sueño | Aislamiento Social |
Ira | Dificultad en la atención, concentración y memoria | Trastornos del apetito | Hablar con la persona fallecida |
Culpa | Confusión | Trastornos neurovegetativos (palpitaciones, temblores, taquicardias) | Salidas a lugares relacionados con el fallecido |
Soledad y abandono | Sentimientos de irrealidad | Sensibilidad a ruidos | Oler, tocar, hacer ofrendas (altar) |
Impotencia e insensibilidad | Boca seca |
Y cuando estos síntomas se agudizan y/o se cronifican a lo largo del tiempo de forma evidente o encubierta, es el momento de buscar la ayuda especializada que pueda ofrecer las herramientas adecuadas para hacer aflorar las verdaderas causas del malestar e intentar solucionarlas.
Autor: Montserrat Sanz García
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